martes, 8 de junio de 2010

Una clase magistral

Discurso pronunciado en Reconquista ( Sta Fe ) con motivo de los actos del Bicentenario.


Locución de la Profesora María Rosa Peña, quien fue encargada del discurso central.

Pueblo de Reconquista:

Llegó el Bicentenario de la Revolución de Mayo. Desfiles, banderas y fanfarrias. Y vendrán, por supuesto que deben venir, los épicos discursos a acariciar el pensamiento mágico de los argentinos. Y me resisto a hacer lo mismo.

Así que no me detendré a expulsar al alicaído Virrey, ni a resucitar pregones coloniales. No pintaré nuevamente el Cabildo, ni escribiré libertad con mayúsculas en forma prolija.

Prefiero transitar por los túneles, escuchando otras voces que vienen desde la recoba. Pisar los adoquines de las calles porteñas, y detenerme frente a un criollo cansino que llega con sus bueyes desde el bajo.

No pretendo ser la voz del Cabildo.

Quiero estar cerca del puerto, blanqueando, con las lavanderas, las ropas en el río.

Mayo, en su situación fáctica y puntual del 18 al 25, la famosa Semana de Mayo de los textos escolares, fue una cuestión a resolver por la gente sana y principal del vecindario. Pero luego, cuando fue necesario difundir el ideario revolucionario, cuando fue menester chocar cuerpo a cuerpo con los realistas, aparece el pueblo, la chusma, el populacho, como decían las crónicas epocales.

Por eso inflexiono acá, para dar palabra a quienes no tuvieron voz, y para rescatar del pasado, la experiencia de las mayorías silenciosas o silenciadas. Para rendir homenaje a los otros hombres de mayo, a los revolucionarios que no se sentaron en la gran sala, y también construyeron el camino libertario.

Cuando preparaba estas notas, se me presentó aquel aviso de La Gazeta, donde un encumbrado señorito español, de los pocos que quedaban, reclamaba la huída de su esclavo, el pardo Ramón Agüero, describiéndolo como negruzco, joven, retobado y haragán. Nadie supo del pardo Ramón porque se había alistado en el ejército. Sí, el esclavo con cadenas, huyó de esa forma hacia la libertad. Dicen que lo vieron en el éxodo jujeño, empujando carros, ayudando a las cholas con sus llamitas, perros y gallinas. Consolando changos, y presentando gloriosamente batalla en Salta y Tucumán. Y cayó. Y quiero pensar que Tafí del Valle lo guarda en sus verdes laderas.

Este Bicentenario es para Usted, pardo Ramón.

Así en esta cuestión que me lleva a traer agitados fantasmas que tuvieron carnaduras como todos nosotros, quiero hablar de las mujeres revolucionarias.

Se sabe, que mujeres malas, existimos siempre. Por eso, cuando los ejércitos libertadores avanzaron, las deshonestas, las de moral tachada, las innombrables, se sumaron a la soldadesca con sus miserias, con sus delitos, y sus niños a cuestas. Eran sus hombres los que marchaban. Y ellas marchaban con ellos.

Fueron a la guerra. Y terminaron siendo las primeras enfermeras de la patria. Rompiendo sus enaguas, para transformarlas en vendas. Asistieron, consolaron y curaron a los soldados heridos. Y se desangraron partidas por la metralla.

Una, la terrible Lucía Montes, fue condecorada por su valentía y su defensa a la patria, con el cargo de Capitana del Ejército del Norte. Y premiada con una jugosa pensión que nunca cobró. Murió de frío, loca, pidiendo limosnas en las escalinatas de la Catedral Metropolitana.

Vaya entonces para Lucía Montes, enfermera argentina, capitana del ejército del General Belgrano, este Bicentenario. Ella, ¿lo escuchan?, ella dice: Presente!

Ni el pardo Ramón Agüero, ni Lucía Montes, participaron del debate del 22 de mayo. Ni sabían nada de la teoría de la Retroversión de la Soberanía. Jamás habían escuchado hablar del padre Suárez, ni de Rousseau. Y no leyeron Cartas Persas, porque eran analfabetos.

Pero él y ella marcharon, en su ignorancia, y en su mediocridad, como dirían los dueños de la historia. A luchar para ser nada más que libres, palabra primera, que vuelve hombres a los esclavos, a los despreciados y a los sumergidos.

Por todo estos compoblanos, nadie crea, en este Bicentenario Revolucionario, que la libertad de nuestro país, donde todos tenemos el derecho a vivir con dignidad, es obra exclusiva y permanente, de vanguardias omniscientes o de elites ilustradas. El tesón de hombres y mujeres que construyeron el Mayo del año 10 es patrimonio de todos, del esfuerzo compartido, hombro a hombro, durante dos largos y difíciles siglos.

Y en este recorrido doloroso que empecinadamente transito, para recuperar la otredad de la patria, para que hablen los enmudecidos, y para nombrar los héroes del anonimato, no puedo quedarme en paz, si no digo que, en el aire democrático que respiramos en este Bicentenario, parte del oxígeno viene de otros olvidados, de cruces clavadas en la turba, en el sur, allá en Malvinas. Y de nuestros Veteranos, ex - combatientes de dientes apretados, a quienes la historia, los gobiernos, les deben las páginas de la gratitud.

La memoria y la historia de la Nación Argentina, se construyen con hechos, procesos, marchas, revoluciones, quiebres y contramarchas, que nos ocurrieron a todos. Sin magnificar a algunos y olvidar otros. La memoria es selectiva, y privilegia lo que se insiste, se escucha y se repite. Lo que se obvia, se sesga, se oculta, se olvida, se convierte en cenizas.

No nos convirtamos en un país de tres hechos gloriosos, ahogado por las cenizas de nuestros propios protagonistas.

Me queda por dejar explícitamente aclarado, que mi reclamo por los olvidados, no significa menoscabar y desvirtuar a los hombres consagrados por la historia oficial.

Nadie puede desprenderse en este día de Mayo, de la prestancia de don Pascual Ruiz Huidobro, el militar de mayor graduación en Buenos Aires, quien se plantó para depositar en el cabildo la Soberanía Popular.

Ni olvidar la calidad del voto revolucionario de Juan José Castelli, ni la magnifica locura del plan de operaciones de Moreno. Ni la valentía de Belgrano, que tira su jaqué de abogado y se uniforma, para ir al norte, al Paraguay, o a donde la Patria lo mandase.

Ellos están con nosotros desde siempre. Y renacen día a día. En las calles, los paseos, los viejos y los nuevos barrios, y en las arboladas avenidas. Convivimos, nos envuelven y nos contienen.

El mayor de los respetos con justicia, para nuestros héroes nacionales.

Termino diciendo, que a veces también sueño y futurizo. A pesar que dicen por ahí, que los profesores de historia, sólo nos regocijamos con los muertos.

Y en el sueño se me presenta la imagen, de que en esta misma plaza, y en este mismo lugar, dentro de 100 años, habrá alguien, que al hablar de los tres siglos de la Patria, pueda decir, sin penas ni olvidos, que el Sol de Mayo, sale para todos.