lunes, 19 de diciembre de 2011

Lo que nos dejó el 2001–Reflexiones sobre la rebelión popular 10 años después

Lo que nos dejó el 2001–Reflexiones sobre la rebelión popular 10 años después

Juan Rosales

Cátedra Abierta de Estudios Americanistas

"Donde quiera que falte justicia, se la puede hacer a sí mismo el oprimido y agraviado" Bartolomé De Las Casas. 1520.

No nos interesa estudiar el movimiento popular de diciembre de 2001 con ojos de arqueólogo y teorización de gabinete sino desde la experiencia viva y la labor práctica de sus protagonistas. Hoy, cuando la cultura dominante nos exige que olvidemos esa nueva eclosión de la barbarie de los de abajo y nos resignemos a la" naturalidad" de la derrota de la unidad de las "cacerolas y piquetes" y a la frustración del "que se vayan todos", sólo nos quedaría la nostalgia de otro sueño que no fue. Y sin embargo, lejos de ser un fantasma que recorre nuestra historia, el 2001 produjo y sigue produciendo, como dijera Paco Ignacio Taibo II respecto de la rebelión estudiantil de Tlatelolco de 1968, "gasolina épica" para seguir alimentando tantos años de resistencia, de rebeldía, de creatividad: "Nos conservó - dice el escritor- tercos en territorios de sumisiones, nos puso en la boca el 'no' centenares de veces, nos alimentó decenas de desempleos, nos dejó andar por el mundo vendiendo nuestra fuerza de trabajo y la menor parte posible de nuestras almas, nos protegió de las tentaciones del poder, nos alejó del beso envenenado del estado mexicano".

¿Dónde estábamos en el 2001? No hay que olvidar que los golpes y dictaduras militares desatados en los años 70 en el Cono Sur del continente (esas "contrarrevoluciones preventivas" por miedo a las luchas de los pueblos, como señala Perry Anderson), y su continuidad a través de gobiernos colonizados por el neoliberalismo imperialista, involucraban un proyecto de reorganización económica y social, política y cultural de nuestras sociedades, que debía permitir a los amos del capitalismo financiero y militar adueñarse de todo: estados, recursos, vidas... Y que para ello no sólo debían liquidar el viejo estado "de compromiso" o "populista" sino, ante todo, hacer retroceder y someter por la fuerza del terrorismo genocida, de la maceración ideológica y del disciplinamiento del hambre, la miseria y el desempleo, al movimiento obrero y popular, destruyendo sus organizaciones de clase, políticas y culturales fundamentales.

Es sobre la previa derrota del pueblo que las clases dominantes pudieron establecer su hegemonía, su dominación, desarmar ideológicamente a las masas, imponer sus antivalores individualistas y egoístas, su lenguaje vacío de contenidos históricos y sociales. Conceptos y categorías científicas como" clase" ó " pueblo", fueron erradicados de la cultura académica y mediática, reemplazados por "estratos sociales" o " gente". No sólo lo predicaban los eternos ideólogos de la reacción (los M. Grondona o B. Neustadt) sino incluso teóricos de cierta "izquierda" acomodaticia y colonizada (esos "consoladores de la burguesía" según los llamara Gorki), como G. Fernández Meijide, o Beatriz Sarlo. Esta última, por ejemplo, en una entrevista concedida al diario "La Nación" del 15 de octubre de 2001, dice que "Casi todo el mundo está de acuerdo con que la idea del pueblo ha dejado de ser lo que fue. Desde hace unos pocos años, el pueblo se debilitó como categoría política y cultural". ¡Y lo afirma con todo desparpajo dos meses antes de la rebelión popular de diciembre de ese mismo año!

¿Cómo fue posible en unos días, semanas, meses de ira, movilización y creatividad superar el cepo de terror instalado en la subjetividad de nuestro pueblo, que había provocado la disolución de tantos lazos sociales y personales, silencios e insolidaridades, bronca y desesperación frente a tanta injusticia, corrupción, insensibilidad del estado y los políticos, desprecio por los de abajo e impunidad de los de arriba? ¿Cómo desde lo más profundo de la sociedad, sin ser convocados por ningún partido político ni organización social, las multitudes comenzaron a salir a las calles, a ocupar los espacios públicos prohibidos hasta entonces, enfrentando la represión asesina del gobierno y las provocaciones divisionistas del duhaldismo, a desarrollar vínculos de solidaridad, incipientes formas asamblearias de organización y de acción, a desplegar iniciativas creadoras, surgidas no desde los cenáculos intelectuales sino desde sus mismas entrañas, como las asambleas barriales y populares, los cacerolazos, los movimientos sociales y piqueteros, a ocupar y hacer trabajar cooperativamente fábricas cerradas por sus dueños...? ¿Cómo y porqué se pudo echar abajo gobiernos, obligar a cambios políticos y sociales, y hacer temblar el sistema?

La rebelión popular no fue una tormenta en un día de verano, no venía de la nada, no podría concebirse sin la previa acumulación de complejas y difíciles pero incesantes protestas y luchas de los más diversos sectores populares, hombres, mujeres y jóvenes por igual, y en las más distintas regiones del país contra la dictadura cívico-militar, el menemismo y el gobierno colonial, de su creciente voluntad de actuar por la justicia social y política, de organización de formas de poder de base,que expresaban el rechazo a las estructuras y métodos de los partidos mayoritarios, que se habían alejado de la sociedad y cortado sus raíces populares. Experiencias a su vez nutridas por una tradición heroica y abnegada de batallas indígenas, obreras, campesinas, estudiantiles, sociales y culturales que signan la historia prohibida de nuestro pueblo.

José Carlos Mariátegui decía que "el pasado muere y renace en cada generación". Y la rebelión de diciembre de 2001 incorpora a una nueva generación (nueva en el sentido político, cultural, creativo, de jóvenes y no jóvenes unidos por iguales aspiraciones y batallas) al proceso histórico emancipador argentino y latinoamericano, a los Originarios que resistieron las Conquistas del Desierto y el genocidio y etnocidio indígena, a los trabajadores de la Semana Trágica y la Patagonia Rebelde, a los estudiantes de la Reforma Universitaria, a los campesinos del Grito de Alcorta, a las masas que protagonizaron el 17 de Octubre, a los obreros y estudiantes que produjeron el Cordobazo, a las juventudes revolucionarias de los setenta...

Como ocurre en toda crisis política e histórica, donde confluyen y pugnan lo viejo que se rehusa a morir y lo nuevo que trata de imponerse, la irrupción de la nueva realidad rebelde y popular deja enseñanzas y promueve búsquedas, debates, iniciativas de la más diversa índole. Nos deja enseñanzas, no sólo en el descubrimiento de la crueldad, la violencia y la capacidad camaleónica del régimen que esconde detrás de la máscara - formal o informal - su verdadero rostro intolerante y opresivo, sino también en el autodescubrimiento de quienes, entre nosotros, como dice Taibo, "militábamos al viejo estilo aunque vivíamos el nuevo", distantes de la realidad cambiante y dinámica y envueltos en interminables disputas de vanguardias, siendo solidarios pero ajenos al otro,al oprimido, sin pisar la tierra propia, la historia propia... Hasta que el país real se nos metió de prepo y lo que leímos en los libros debimos contrastarlo en la vida, sentirlo en la sangre, y por sobre todo reaprenderlo en la escuela de la militancia y de la lucha concreta, embarrada,colectiva, desde abajo...

Lejos de toda simplificación y de toda anécdota, el movimiento popular expresó muchas cosas a la vez, logros y fracasos, virtudes y limitaciones. En primer lugar, desenmascaró el carácter expoliador, injusto, inhumano del gobierno y del neoliberalismo imperialista y, a la par, de su poderío militar, económico e ideológico, pero también mostró, por obra de la acción conjunta en las calles, rutas y pueblos, sus profundas debilidades y contradicciones, la posibilidad de desbordarlo, de ponerlo en crisis y de vencerlo. Masas de trabajadores, y especialmente de desocupados y excluídos que el poder humillaba, maltrataba y envenenaba en su conciencia y dignidad, fueron capaces de redescubrir y potenciar la solidaridad popular allí donde se nos había impuesto la indiferencia y el "no te metás", de unirse y movilizarse con piedras, motos y palos frente al gatillo fácil de la violencia oficial, sintiendo que juntos podían afrontarlo todo, cambiarlo todo, construir otra política, y porqué no, otra historia.

Y ante todo, el movimiento del 2001 logró recuperar su propia categoría social y política, ética y espiritual de pueblo, de sujeto histórico, protagonista de las luchas democráticas y revolucionarias. Pueblo ya no entendido vulgarmente como la agrupación de todos los componentes de una población, ricos y pobres, opresores y oprimidos, sino como resultado histórico de un proceso de autoconstrucción del actor político que expresa, une, organiza y moviliza a las diversas clases, sectores y movimientos populares que luchan contra el orden injusto dominante y por una nueva sociedad de justicia y libertad. "Entendemos por pueblo -decía Fidel Castro en su alegato en el juicio del Moncada- cuando hablamos de lucha, la gran masa irredenta, a la que todos ofrecen y a la que todos engañan y traicionan, la que anhela una patria mejor y más digna y más justa; la que está movida por ansias ancestrales de justicia por haber padecido la injusticia y la burla generación tras generación, la que ansía grandes y sabias transformaciones en todos los órdenes y está dispuesta a dar para lograrlo, cuando crea en algo o en alguien, sobre todo cuando crea suficientemente en sí misma, hasta la última gota de sangre..."

Es cierto, no se pudo lograr lo que se anhelaba, el movimiento de rebeldía careció de una dirección propia, capaz de transformar el inmenso potencial de fuerzas y de luchas desplegado en un programa de soluciones populares, nacionales, democráticas y antimperialistas basadas en la participación activa de las masas. Faltaron experiencia y conciencia políticas suficientes, y sobraron visiones pesimistas, desmovilizadoras e incluso oportunistas entre distintos grupos y teóricos de la izquierda existente. Tal vez lo que más se sintió fue la ausencia de nuestros 30.000 militantes revolucionarios desaparecidos, que hubieran dado otro sesgo al quehacer popular . Y seguramente se sintieron las consecuencias de la derrota ideológica de las ideas del socialismo y del proceso revolucionario internacional en esos años, que la reacción quiso convertir en derrota emocional, psicológica y paralizante.

Así, pues, retornamos a la "vida real", pero esa realidad impuesta por el sistema ya no es la misma que antes de diciembre de 2001. Es cierto que el capitalismo, sistema globocolonialista enemigo de los pueblos y de la existencia misma de la humanidad, procura seguir expoliando a nuestro país, aprovechando para ello el papel pasivo reservado al movimiento popular en la política oficial y la subsistencia de la criminalización de la protesta y la lucha de las víctimas del modelo minero-sojero vigente, así como las propias dificultades y discrepancias subsistentes en el campo popular. Pero más allá de todo ello , la rebelión de hace 10 años, aunque no fue suficiente, proporcionó al pueblo, a sus viejos y jóvenes luchadores, a las diversas culturas, etnias y movimientos sociales y políticos, tierra propia bajo sus pies, una concepción militante, desde abajo y la izquierda,un legado de ideas y acciones que ha contribuido a encender el proceso de cambios antimperialistas y latinoamericanistas en nuestro continente.

"Gasolina épica", que le dicen. Porque las clases populares piensan, no dan cheques en blanco, reclaman, pelean, se enfrentan con quienes los explotan y les mienten. Los pueblos no les pertenecen.